Promete libido, energía y bienestar general, cuesta cientos de dólares y aún no está aprobado por la ANMAT. En el Alto Valle crece una tendencia que rompe tabúes, seduce a famosos y reabre un debate incómodo: ¿salud integral o mercantilización hormonal del cuerpo?
Durante años, la escena era impensada. Hoy, en consultorios del Alto Valle, se volvió cada vez más frecuente: hombres de distintas edades sentados frente a una ginecóloga para hablar —sin eufemismos— de libido, cansancio, testosterona y deseo. El motivo tiene nombre propio y está de moda: el llamado “chip sexual”.
Se trata de un pequeño pellet hormonal que se implanta debajo de la piel, generalmente en la zona glútea, y libera de manera progresiva testosterona —y en el caso de las mujeres, también estrógenos— durante un período que puede extenderse entre seis y ocho meses. La promesa es ambiciosa: mejorar la vida sexual, recuperar energía, combatir el insomnio, elevar el ánimo y devolver una sensación de vitalidad que muchos sienten perdida.
En Cipolletti, el fenómeno crece al ritmo de una demanda que ya no distingue género. “Hoy vienen hombres de 40, 50 o más de 60 años. Antes no hablaban de estos temas; ahora lo hacen con naturalidad”, explica la doctora Ivana Labaké, ginecóloga y obstetra, especializada en ginecología regenerativa y funcional.
Labaké insiste en despegar el implante de la etiqueta exclusivamente sexual. “Funciona muy bien en ese aspecto, pero no es solo eso. El pellet mejora el bienestar general, la energía y el vigor. Por eso también lo usan deportistas”, afirma. La médica sostiene que el abordaje parte de un estudio hormonal individualizado que define dosis y combinación, según cada paciente.
En su relato aparece una palabra clave que atraviesa todo el discurso: plenitud. “No se trata de estar eufórico todo el tiempo, ni de milagros estéticos. Es volver a tener ganas, foco, descanso reparador”, aclara. En mujeres, el principal motivo de consulta es la menopausia; en hombres, la llamada andropausia, con síntomas que van desde la baja del deseo hasta la fatiga crónica, la falta de concentración y el deterioro del sueño.
El procedimiento es ambulatorio, rápido y, según quienes lo promueven, de bajo riesgo: una pequeña incisión, colocación del pellet y controles periódicos. “En más de dos años no tuve complicaciones serias”, afirma la profesional.
El auge del chip sexual no puede explicarse sin el factor cultural. La reivindicación pública por parte de figuras mediáticas como Sergio Goycochea, Carmen Barbieri, Catherine Fulop o Mónica Farro funcionó como una poderosa vidriera. El mensaje es claro: juventud prolongada, deseo activo y rendimiento sostenido, incluso con el paso del tiempo.
Ese relato conecta con una época obsesionada con la productividad, la imagen y la performance. En ese contexto, el chip aparece como una solución moderna frente al desgaste físico y emocional. Pero también abre interrogantes.
Aunque está aprobado por organismos internacionales como la FDA en Estados Unidos, en la Argentina aún no cuenta con aval de la ANMAT. Desde sectores de la medicina tradicional se advierte sobre la necesidad de mayor evidencia clínica a largo plazo y se cuestiona la banalización del uso hormonal.
Otro dato no menor es el precio: alrededor de 300 dólares por aplicación, sin cobertura de obras sociales ni prepagas. Un valor que convierte al chip sexual en un tratamiento elitizado, accesible solo para quienes pueden pagarlo.
“Lamentablemente no es para todos”, reconoce Labaké. Y allí aparece una crítica de fondo: ¿estamos ante una herramienta médica revolucionaria o frente a un nuevo producto del mercado del bienestar, donde la juventud y el deseo se compran en cuotas hormonales?
La profesional defiende su práctica y destaca el interés creciente en congresos médicos, donde el pellet convoca audiencias masivas. “Es lo que viene”, asegura. Pero incluso entre colegas hay quienes piden cautela, regulación y mayor discusión científica.
Más allá de la polémica, el fenómeno deja una señal clara: los hombres empezaron a hablar. Hablan de deseo, de cansancio, de frustración y de envejecimiento. Lo hacen en un consultorio históricamente asociado a las mujeres y, paradójicamente, eso marca un avance cultural.
El chip sexual crece en el Alto Valle como síntoma de época. Entre la búsqueda legítima de bienestar y el negocio de la eterna juventud, el debate recién empieza. Porque cuando el cuerpo se vuelve territorio de consumo, la pregunta ya no es solo cuánto dura el efecto, sino quién pone los límites.
Aparece en las primeras mediciones nacionales con bajos porcentajes, pero su nombre ya circula entre dirigentes sindicales y políticos que buscan un liderazgo por fuera del sistema. ¿Fenómeno real o construcción prematura de poder simbólico?
2025-12-15 17:09:43
Promete libido, energía y bienestar general, cuesta cientos de dólares y aún no está aprobado por la ANMAT. En el Alto Valle crece una tendencia que rompe tabúes, seduce a famosos y reabre un debate incómodo: ¿salud integral o mercantilización hormonal del cuerpo?
2025-12-15 12:17:47

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